LA
CABAÑA DE LOS SEÑORES POPPY
Era
una dulce mañana en la cabaña de campo de los señores Poppy.
La
casa olía a dulce de mazapán recién salido del horno y la
habitación de la pequeña Shirley desprendía un dulce aroma a
flores frescas.
Shirley
era una niña con coletas pomposas, pelirrojas. En la cara unas
alegres pecas y vestiditos de los colores de la naturaleza.
A
Shirley le encantaban los animales y tenía un perro llamado “Babión”
y su inseparable ratoncito que llevaba siempre en el hombro llamado
“Mr. Berry”.
A
Shirley no le dejaban salir de casa porque su pequeña cabaña estaba
muy lejos del pueblo y la niña podría perderse.
Un
día salió Shirley a la puerta y se adentró en un bosque muy
extraño que nadie conocía.
Decían
que lo llamaban el bosque de los animales parlantes, pero nadie sabía
por qué.
- Que extraño, – exclamó Shirley – dicen que a este bosque lo llaman el bosque de los animales parlantes y yo no oigo a ningún animal hablar.
- !Shirley! - gritó su mamá - !A comer!
Shirley
se fué, preocupada, de aquel bosque tan lúgubre y extraño.
SHIRLEY,
PERDIDA
Shirley
quiso decirles a todos los del pueblo lo del bosque, olvidándose de
lo que le decían sus padres: “No vayas al pueblo, que está muy
lejos y podrías perderte”.
Shirley
iba caminando por el sendero que iba al pueblo, pero como era muy
largo y a veces se partía en dos caminos, a mitad del camino,
Shirley se perdió.
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!Papá, mamá! ¿Donde estáis? - gritaba la pequeña Shirley,
sollozando.
- Yo puedo ayudarte – dijo una voz.
EL CONEJITO PARLANTE
- ¿Quién eres? - preguntó Shirley.
- No te preocupes, no te haré daño. Me llamo Puc, y soy un conejito del bosque de los animales parlantes.
Shirley
y Puc se hicieron muy buenos amigos y el conejo le enseñó el
camino a Shirley para ir al bosque de los animales parlantes. Estaba
muy cerca de casa.
Shirley
jugó con todos los animalitos y después, volvió a casa.
- !Shirley, querida! ¿Dónde estabas? !Te echábamos mucho de menos! - dijo su madre.
- Lo siento mamá. Me había adentrado por el camino que lleva al pueblo y me perdí. Desobedecí vuestras órdenes. Perdonadme.
- Vale, estás perdonada. Pero no vuelvas a hacerlo.
Ese
juramento se quedó grabado por siempre en la casa de los Poppy. Y
Shirley jamás volvió a perderse porque jamás tomó el sendero que
llevaba al pueblo.